Todo encajaba como la sal en el mar en esa tarde tan
tranquila. Encajaba como los pájaros en el cielo,
como las piedras en el camino.
La felicidad encajaba por fin conmigo.
A pesar de los golpes, de los peligros, de los miedos
era feliz con
cada uno de los defectos de mi alma;
con mi insoportable levedad en lo infinito
y mi naturaleza
tan rara;
con mi
filosofía de lo inexplicable un tanto caótica.
Pero allí estaba.
Siendo feliz
escuchando cómo el sol se despedía de mi
mientras sus
rayitos escribían en el cielo,
a modo de ejemplo,
que le
escribiese un poema,
y le narrase mi vida en un verso,
que le cantara
en una nota...
Tanto tiempo tardé en comprender que
ese único trazo en el cielo era una metáfora
de mi vida:
sólo tenía una para vivirla.
Y una sola línea para brillar y escribirla.